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10. El porqué de todas las cosas

En narrativa todo precisa una motivación. Si mi relato es la historia de amor de dos personajes que se conocen en el supermercado, ¿cómo hago que se encuentren? Hago que a uno se le termine el dentífrico y que el otro descubra, en medio de la preparación de una comida, que le falta un ingrediente esencial. Con eso los dos ganan la motivación suficiente para salir a encontrar el amor de su vida.

De lo contrario, hay dos opciones: o no hay historia o hay una historia en que las cosas pasan porque sí. ¿Qué problema habría con esto último, si en la vida hay cosas que pasan porque sí? Bueno, el problema es que la vida y los relatos a veces se parecen pero en realidad no tienen nada que ver entre sí.

Si escribo un relato en el que los hechos no se desprenden uno de otro, en un sentido traiciono las expectativas del lector. Si el texto a cada paso va a disparar para cualquier lado, no tiene sentido hacer el esfuerzo de seguir la historia, sus detalles, sus lógicas.

Una de las últimas novelas que leí fue Leviatán, de Paul Auster, que trabaja esto de un modo magistral, precisamente a partir de la pregunta de cómo asemejar la causalidad de la ficción a la de la vida.

Frente a una secuencia lineal y directa de hechos como la que puse de ejemplo (me falta dentífrico, entonces voy al supermercado), Auster trabaja con una causalidad difusa. Uno puede identificar ecos de los acontecimientos a lo largo de la vida de los personajes. Algo que le sucedió al protagonista en su juventud (desertar cuando lo llaman a pelear en Vietnam) resuena en un momento clave de su vida adulta (desaparecer de un día para el otro sin avisar a nadie) y a su vez en otro momento decisivo (con intervenciones en la vida pública que denuncian la estafa del sueño americano). Es evidente que los tres hechos están vinculados pero, más que una relación de causa y consecuencia, lo que hay entre ellos es un sentido general de organicidad.

La consigna de esta semana es escribir en una sola página la biografía de un personaje, del nacimiento a la muerte. Si bien no es requisito, es una buena oportunidad para probar esta causalidad no lineal que plantea Auster.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

9. Cómo leen los escritores

Federico Falco dice que al escribir uno toma una decisión con respecto a su modo de leer. Es, dice, como si a una persona que disfruta de las montañas rusas se le planteara la disyuntiva: ¿querés subirte a la montaña rusa o querés diseñar montañas rusas? Las dos cosas pueden satisfacerlo, pero no hay dudas de que son actividades distintas (y que no pueden hacerse al mismo tiempo).

Es una metáfora muy gráfica para algo que en la experiencia se presenta más bien difuso, creo que a causa de que los verbos leer y escribir pueden significar muchas cosas.

Quienes nos lanzamos a la escritura creativa leemos con la mirada estrábica: un ojo sigue el recorrido que propone el texto, mientras que el otro se fija en cómo está hecho, en su estructura, en la forma en que se articulan los elementos, y demás.

Leer como escritores es hacer ingeniería inversa a partir de un material. No es matar el placer de la lectura, sino, frente a un texto que me gusta (o me conmueve, me indigna, o lo que sea), preguntarme qué hay en eso, que no es más que una serie finita de palabras una detrás de la otra, para producir lo que produce. Puede tener que ver con decisiones al ordenar los acontecimientos, con un trabajo en el punto de vista, con una resonancia deliberada en otro texto que conozco, con un uso particular del lenguaje, un recurso gráfico, un tratamiento de las voces narrativas, un contraste de imágenes, un eco de sonidos en el texto, cierto manejo de la tensión, etcétera.

Lo que en una primera lectura puede aparecer como algo mágico, en realidad es una estrategia del texto, que se puede identificar y, claro, sumar a la caja de herramientas propia.

La consigna de esta semana es releer un cuento o poema que te guste, identificar en él algún recurso narrativo o poético y escribir un texto con ese recurso.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.
PS. 2. Una de las partes que más me gustan de mis talleres es cuando cada uno trae algo que leyó o una película o serie que vio en la semana, y juntos tratamos de encontrar ahí recursos que nos sirvan para escribir. Creo que, para aprender a escribir, ese modo de leer es mucho más poderoso que cualquier bibliografía obligatoria. El próximo lunes empieza un nuevo grupo. Todavía quedan algunos lugares: Taller virtual de Iniciación a la Escritura Creativa.

8. La vida y las formas

Insisto en estos envíos con la concepción de la escritura como un trabajo. No en el sentido de un empleo (que bien podría serlo), sino en el de una labor, una práctica.

Si bien esto puede ser recargar un poco las cosas sobre el aspecto antipático de la escritura, que también nos da placeres y alegrías (por algo estamos acá), me interesa correr la escritura tanto como sea posible de una idea de inspiración o de don.

No es que el talento no exista, ni que sea falso que algunos días uno pueda entrar en una sintonía perfecta con el lenguaje y las cosas fluyan a la perfección mientras que otros no se dé pie con bola. El punto es que la práctica de la escritura no depende de eso.

Creo que en ese sentido un escritor es como un deportista, un jugador de fútbol, por ejemplo. Tendrá días mejores y peores, pero su trabajo es presentarse cada semana a los entrenamientos y al partido, y hacer lo que sabe hacer.

Para alguien que escribe es similar. Si uno se sienta regularmente a escribir, a pelotear, a entrenar, tarde o temprano a la inspiración no le va a quedar otra que aparecer.

Es cierto que la vida y los compromisos muchas veces presentan obstáculos. En todo caso, al igual que en estas consignas, bienvenidos sean. Que cambie la escritura, pero no las ganas.

Escribe Valeria Luiselli en Los ingrávidos, un texto hecho de parágrafos breves:

Las novelas son de largo aliento. Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que significa pero todos lo dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es —tiene que ser— de corto aliento. Poco aire.

Esta semana te propongo que escribas un texto a lo largo de distintos “tiempos muertos”: durante un viaje en transporte público, mientras se calienta el agua del mate o el café, mientras esperás en línea por un reclamo telefónico, etc. No importa la calidad del texto ni la extensión, importa el ejercicio.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.
PS. 2. Está abierta la inscripción al taller virtual de Iniciación a la Escritura Creativa. Más información acá.

7. Antídoto contra spoilers

En los últimos años proliferó la idea de spoiler. En una traducción literal, el spoiler es ‘aquello que arruina’, y lo que se arruina suele ser algún tipo de obra de ficción: una novela, una película, pero muy en particular, una serie.

La presencia creciente de la idea de spoiler en nuestra vida va en paralelo con el boom de las series televisivas en pasaje de la TV tradicional hacia el streaming. Tiene sentido, porque es el momento en que los espectadores dejan de seguir la agenda de publicación de capítulos de las cadenas de televisión para pasar a verlos en el momento y con la frecuencia que lo desean, lo que da lugar a un desfasaje entre lo visto por unos espectadores y otros. La palabra spoiler ya existía con ese sentido, pero fue en esos años cuando se popularizó y trascendió, entre otras, la barrera del inglés.

“Arruinar” es una palabra fuerte, y ni que hablar de la prima ibérica gore “destripar”. O sea, no es meramente revelar información o contar un argumento. Es como si una vez expuesto lo que sale a la luz la obra ya no sirviera para nada, y eso me parece sintomático de la forma de lectura en la era de las series (lectura en un sentido amplio, que incluye ser espectador de una obra audiovisual).

Es un modo de leer casi esotérico: el texto no vale por sí mismo, sino para acceder a algo escondido. El texto es una clave, y una vez que se hacen presentes sus fuerzas ocultas (bajo la forma, si se quiere, de un impulso químico en el cerebro ante un final sorpresivo), ya está cumplida su función y es descartable. Ha sido consumida.

No hay relectura posible: el texto, tras ser leído, se autodestruye. ¿Para qué volver sobre un texto que yo mismo me spoileé al leerlo? (Además, dado que nos quedan todavía montones de películas, series y libros indicados por el mandato de lo que hay que ver y leer, para qué perder tiempo…)

Sin embargo, quien entra a una sala de teatro a ver una puesta de Romeo y Julieta, ¿no sabe cómo va a terminar? Si te cuentan el final de Don Quijote, ¿ya no tiene sentido leerlo?

Parece que esas obras valieran por algo más aparte de la historia que cuentan, pero ese algo más que hace que volvamos a ellas no tiene que ver con que sean prestigiosas o complejas. Creo que porque son obras prestigiosas y complejas nos ponemos en una posición de lectura distinta, más abierta a encontrar relaciones y sentidos.

Por otra parte, también los chicos piden que les repitan los mismos cuentos antes de dormir, y el placer de esa lectura no tiene que ver con descubrir algo que no se conocía, sino, por el contrario, con retransitar lo ya conocido, claro que con nuevas luces y resonancias. Hay incluso un placer físico: la voz que vibra en el oído, el paladeo de las palabras.

Es claro cómo la idea de spoiler pierde importancia cuando se lee de otra manera.

Como escritores, no creo que debamos evitar siempre las sorpresas que puedan ser arruinadas, pero es bueno saber que no siempre son necesarias y que, en todo caso, la apuesta de un texto no debe concentrarse sólo ahí. De lo contrario, quedaremos a merced de cualquiera que no sea capaz de guardar un secreto.

Esta semana te propongo que escribas un relato que empiece así:

Hace dos horas yo, Eva Magda, maté a Agosto Johnson de un golpe en la cabeza.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

6. Eso que sólo puede hacer la escritura

Dijimos que hay influencia entre las esferas del arte y la técnica, y que la creación artística es algo más bien de orden material. ¿Cómo influye, entonces, la técnica en las artes?

La pregunta da para mucho, pero lo que me interesa en particular es pensar un poco los cambios que se dieron en la narración de historias en el último siglo y un poco más.

A mediados del siglo XIX, las ficciones de la cultura de masas circulaban por medio de la literatura. Obras que son clásicos para nosotros (Madame Bovary, Guerra y paz, Una excursión a los indios ranqueles, entre otras) en su momento fueron publicadas en entregas, y acompañaban revistas o periódicos con informaciones y publicidades diversas.

Por ese tiempo también nació el cuento moderno (Poe), limitado por el espacio asignado en esas mismas publicaciones, y de una extensión acorde para ser leído de una sola sentada (una sentada del siglo XIX, que no sé si será más larga que una contemporánea, pero seguro más concentrada).

El realismo de aquella época se caracterizaba por una profusión de descripciones, momentos en que la acción se detenía y el narrador presentaba el escenario con mucho detalle.

Hoy nos resultan lecturas difíciles, lentas, pesadas, pero para a los lectores contemporáneos a su publicación les permitían imaginar el universo ficcional. Pensemos en un lector que no conoce otro espacio que su entorno inmediato más que por narraciones, ni siquiera por fotos.

Medio siglo después apareció el cine (primero con imágenes, después también con sonido), y eso reubicó la función de la literatura, que se emancipó, al menos en parte, de la necesidad de representar el mundo (real o ficcional) y, crustáceo que cambia de cascarón, debió buscar una función nueva. Algo similar pasó en la pintura, con un viraje hacia lo abstracto a partir de la irrupción de la cámara fotográfica.

Quizás una de las zonas donde mejor se vea esto es en la poesía. Con el cambio de siglo surgen corrientes poéticas que abandonan los objetos del mundo (Baudelaire, por ejemplo) para replegarse sobre el lenguaje mismo, incluso sobre las palabras impresas (Apollinaire).

Otro giro importante debería poder ubicarse para el tiempo en que se popularizaron la radio, y más tarde la televisión, con la vieja fórmula: información, ficción, publicidad. Para algunos autores, fue el momento de un nuevo avance hacia la abstracción; para otros hacia una mayor atención al lenguaje frente a lo estereotipado de los diálogos de radioteatro o telenovela; en otro caso, con más fuerza hacia otros géneros, tal vez más complicados de montar en la pantalla, como el fantástico o el absurdo (Beckett es un ejemplo de todo esto).

No es que esas posibilidades no estuvieran antes, ni que pasaran a ser exclusivas de la literatura, sino que al reconfigurarse el campo de las artes de pronto aparecen como sus vías dominantes.

Por supuesto, la aparición de medios técnicos no es lo único que influye en la creación artística, y en el mundo pasaron unas cuantas cosas más entre el siglo XIX y nuestros días como para conmover la sensibilidad humana.

Sin embargo, creo que para quienes escribimos es bueno preguntarnos qué puede hacer la escritura en nuestra época que no puedan hacer otras artes y otros medios. Es una pregunta un poco difícil, es verdad, pero no es para responderla ya. Es para dejarla abierta y que sirva para espolearnos.

Esta semana, te invito a escribir un texto que acompañe esta foto:

Escribí como si tu lector viera la imagen. No le cuentes lo que ya sabe.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Espolear no es lo mismo que espoilear, aunque eso queda para otra semana.

PS. 2. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

PS. 3. Si querés trabajar tus textos conmigo, te invito a conocer mis propuestas de taller.

5. El trabajo de la escritura

La semana pasada sugerí que el arte inspira los desarrollos tecnológicos. Hay una verdad en eso, pero también cierto riesgo: el de suponer que el arte, algo etéreo, elevado, espiritual, está en un nivel, por así decir, superior o anterior al mundo material de la técnica.

Quizás no parezca algo demasiado riesgoso, pero considerar que el arte es una esfera elevada, espiritual, refinada, etc., hace de la creación artística (o literaria, para el caso) algo exclusivo de seres en sintonía con esas cualidades, a quienes las obras les son dictadas por un poder superior. El artista quedaría así más cerca de un monje que de lo que solemos imaginar, a esta altura del partido, cuando pensamos en un artista (o un escritor).

Para consuelo de los simples mortales que sudamos, vamos al baño y, además de escribir cuando irrumpe la inspiración, nos ocupamos de otras actividades para llevar adelante la vida, se verifica que la creación literaria está al alcance de cualquiera con ganas de trabajar su escritura.

Digo “trabajar su escritura” y no “escribir” como un subrayado, porque en realidad toda escritura es un trabajo. Por eso requiere un esfuerzo (cualquiera que haya intentado escribir algo lo sabe), y por eso da lugar a un producto.

Esa es una de las grandes enseñanzas que nos dejaron las vanguardias artísticas de principios del siglo XX al romper con el ideal romántico del autor como genio iluminado: ahora la creación es democrática, pero exige un trabajo. En cualquier caso, no vale la pena llorar por haber sido expulsados del paraíso. Se diga lo que se diga, ninguna obra, por más inspirada que haya estado, llegó jamás al papel sin horas de laboriosa paciencia.

Pocas cosas ponen de relieve la naturaleza material de la creación literaria como la forma. Por eso, para el ejercicio de esta semana vamos a partir de una pauta formal muy precisa. Vas a escribir un texto que contenga un diálogo compuesto de esta manera:

— ¿[tres palabras]?
— [cinco palabras].
— [una palabra].
—…
— [una palabra].
— ¿[siete palabras]?
—¿[dos palabras]? [siete palabras].
— [cuatro palabras].

El tema es libre, y antes y después puede haber más diálogo, una intervención del narrador o no haber nada.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Si te gustaría contar con más herramientas para trabajar tus textos y recibir devoluciones personalizadas, te invito a que conozcas mis propuestas de taller.

4. Escrituras de anticipación

Del ensayista Nicolás Rosa se dice que en sus clases jugaba con el lenguaje  académico. Al presentar un tema, decía, por ejemplo: “Esta cuestión tiene tres aspectos fundamentales”, y a continuación desarrollaba cuatro, o apenas dos. No es que se perdiera en la hilación de sus pensamientos o que improvisara, sino que lo hacía a propósito. ¿Para qué? Podríamos pensar: para implicar a quienes lo escuchaban, para ponerlos en alerta, para exigirles atención y no dejar que se adormecieran con la canción de cuna que pueden ser ciertas pedagogías. En una palabra, lo hacía por joder, en el mejor de los sentidos, y es que algunas cosas no se transmiten de otra manera.


La semana pasada nos quedó en suspenso la segunda de las ideas que les proponía desarrollar, eso de “representar las cosas como sólo la literatura puede hacerlo”. Para llegar ahí, creo que puede servirnos pensar en la relación que hay entre el arte y la tecnología, lo que nos lleva, sin escalas, a la ciencia ficción.

Las ficciones de este género se plantean un problema del presente o uno que imaginan en el futuro, y lo resuelven sin las limitaciones que suele haber en la vida real. En estas obras, la ciencia se encuentra en un estado avanzado de desarrollo para poner en práctica lo que hace falta y nunca hay problemas presupuestarios (y si los hay, terminan por sortearse de alguna manera).

En la vida real, ante un problema que se instala como posibilidad en la imaginación de una sociedad, la ciencia debe ponerse manos a la obra con miras al largo plazo, y lo mismo hará la técnica, con expectativas de mediano o corto plazo. El arte, en cambio, puede operar de inmediato. No hay dudas de que una vacuna desarrollada por la ciencia va a ser más efectiva en la vida real que una leída en una novela. Sin embargo, en la versión ficticia está el punto de llegada hacia el que se orientan la ciencia y la técnica.

Cuenta el mito que Wernher von Braun, el ingeniero ex-SS detrás de los cohetes del programa espacial estadounidense, de joven había quedado fascinado con el film La mujer en la Luna, de Fritz Lang. Ahí, de hecho, aparece por primera vez la cuenta regresiva antes del despegue. ¿Habría alunizado Neil Armstrong el 20 de julio de 1969 si cuarenta años antes Lang no rodaba su película, y si un siglo antes Julio Verne no publicaba la novela De la Tierra a la Luna?

No es que los artistas sean seres iluminados, sino que al trabajar con relativa libertad, sin riesgo de matar a nadie (en general) y sin la exigencia del saber, juegan con los materiales a su alcance y condensan en obras las ideas, sentires, deseos y temores de una época. Tal vez no se lo propongan ni lo registren, pero eso es lo que hacen.

Un clásico disparador de relatos de ciencia ficción es la pregunta “¿Qué pasaría si…?”. ¿Qué pasaría si existiera un estado totalitario capaz de vigilarlo todo? ¿Qué pasaría si los robots fueran indistinguibles de los humanos? ¿Qué pasaría si el turismo espacial estuviera al alcance de cualquiera? ¿Qué pasaría si pudiéramos viajar en el tiempo? Si hacemos un poco de ingeniería inversa, vamos a ver que todos los relatos de ciencia ficción que conocemos podrían retrotraerse a una pregunta de ese estilo.

Esta semana te propongo que escribas un texto a partir de una pregunta de “¿Qué pasaría si…?”. No es necesario que sea un texto de ciencia ficción. Podés completar la pregunta con lo que se te ocurra, y si no se te ocurre nada, podés usar alguna de las que están en el párrafo anterior.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Si te gustaría tener más herramientas teóricas para pensar tus textos, te invito a conocer el taller de iniciación.

3. Algo nuevo en lo ya conocido

La vez pasada hablábamos de desentumecer los sentidos, y de representar las cosas como sólo la literatura puede hacerlo. Son dos ideas interesantes que merecen algo más de desarrollo.

La primera tiene que ver con lo que hace cien años los primeros teóricos modernos de la literatura llamaron extrañamiento. Ellos se preguntaban: ¿en qué se diferencia el lenguaje cotidiano del uso particular del lenguaje que se da en las obras literarias? La respuesta era que el lenguaje cotidiano era meramente funcional, buscaba obtener y comunicar cosas, y como todo lo que cumple su función, con el tiempo pasa inadvertido. Así como no nos detenemos a pensar en la electricidad (que no siempre estuvo ahí) cada vez que cargamos el teléfono, tampoco reflexionamos sobre el lenguaje al comunicarnos en el día a día.

En literatura, en cambio, sí lo hacemos. Cuanto menos, elegimos un tono, un lenguaje propio de cada personaje, un abanico de palabras que le va a sentar bien y otro que va a desentonar. Y al hacerlo, intervenimos sobre el lenguaje cotidiano, porque esa es una de nuestras fuentes principales: qué de esto me sirve, qué no, en qué voy a hacer foco, cómo lo modifico para que se ajuste a lo que necesito, etc. En el mejor de los casos, se va a producir un extrañamiento, es decir, la presentación de lo que sabemos pero con otra luz, que nos permite ver algo nuevo en eso que ya conocíamos.

Para esta semana, en busca de mover un poco las cosas para que les aparezcan aristas nuevas, te propongo escribir un monólogo desde el punto de vista de un niño o una niña. Cuando termines la primera versión, verificá que el lenguaje sea verosímil (¿mi personaje usaría estas palabras?, ¿armaría las frases así?, ¿razonaría de este modo?) Podés tomar como referencia algún chico que conozcas.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Si sentís que te gustaría tener más herramientas teóricas para pensar tus textos, te invito a conocer el taller de iniciación.

2. Un mundo sonoro

¿Cómo te fue con la primera consigna de escritura? Espero que hayas podido completarla, y que haya servido como un empujón amable para encaminar esas ganas de escribir.

El disparador de la semana pasada remitía a la novela El silenciero, del escritor mendocino Antonio Di Benedetto. Es un texto de un humor poco frecuente, con personajes algo aparatosos, y, lo más importante, con un predominio de lo auditivo en la construcción del mundo narrado.

Si nuestra experiencia del presente se impone como una catarata de estímulos visuales, un texto que se proponga explorar lo sonoro puede servir para desentumecer un sentido relegado y representar la realidad como sólo la literatura puede hacerlo.

Con la consigna de esta semana te invito, entonces, a volver sobre una escritura a partir de los sonidos. Te propongo que escribas un monólogo (un relato en primera persona, con una sola voz) protagonizado por un personaje incapaz de ver. Puede ser ciego de nacimiento o haberse quedado a oscuras de repente. Lo importante es que no vea nada.

Te agrego una recomendación. Controlá el tiempo y escribí la primera versión del texto en no más de quince minutos. Puede parecer poco, pero te invito a que lo intentes. La idea es llegar rápido al primer borrador. Después sí, dedicale el tiempo necesario a corregir y ampliar lo que haga falta.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel

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PS. Si no pudiste completar la primera consigna, no te desalientes. Eso sí, avanzá con la de hoy. La que pasó, pasó. No hay nada peor que convertir una actividad placentera en una acumulación de tareas por hacer. Vamos, a empezar de cero con la nueva consigna.
 

PS. 2. ¿Te gustaría recibir una devolución sobre tus textos? Inscribite al taller de iniciación y trabajemos juntos con clases teóricas y videollamadas.

1. Un ruido insoportable

Hay quienes piensan que un escritor vive en cierto estado de inspiración, o que hace falta un toque mágico, que sobrevenga una gran idea, para ponerse manos a la obra.

A mí me gusta pensar que somos artistas, sí, pero más cercanos a los músicos. Cuando pienso en un escritor, pienso en un pianista. ¿Cuántas horas de práctica hay detrás de cada ejecución magistral? ¿Cuántas veces tuvo que repetir una secuencia de notas hasta lograr que suenen a tempo? ¿Cuántas noches toca y toca para sí mismo antes de dar a conocer un nuevo concierto?

Para incentivar esa práctica sostenida, voy a mandarte una consigna todas las semanas. Nadie va a controlar tu trabajo, pero si podés comprometerte a hacerlo cada semana, pronto vas a desarrollar el hábito de la escritura, que está en la base de todo lo demás.

Muy bien. Empecemos.

La primera consigna es escribir una historia que contenga un ruido insoportable.

(Este ejercicio está en la base de una novela conocida. La próxima te cuento cuál.)

Mucha suerte. A trabajar.