Blog

20. Escribir en la ducha

Cuenta la leyenda que Arquímedes descubrió, o al menos entrevió, el principio físico que lleva su nombre sumergido en una bañera. Funciona como mito porque el descubrimiento tiene que ver con el desplazamiento de fluidos y la flotación, pero no sólo por eso.

Woody Allen dice que parte de su proceso creativo incluye una larga ducha de agua bien caliente antes de ponerse a escribir.

Hay algo en el agua que alimenta la creatividad. Pasa al bañarse, pero también al lavar los platos. En momentos más deportivos de mi vida, me pasó mientras nadaba y durante horas de remo en un bote.

El agua relaja la mente, y en particular ese tipo de actividades ponen el cuerpo a funcionar de forma automática y le dan un respiro a la consciencia.

Si uno está nadando no puede hacer otra cosa más que nadar. El sólo hecho de tener las manos mojadas supone el paso intermedio de secárselas antes de ponerse a hacer otra cosa. Mientras tanto, en ese momento, estamos donde estamos, algo no del todo frecuente en la vida cotidiana.

Además hay un cambio de escenario. Nuestros materiales de trabajo son sensibles al agua, así que al menos por un momento los dejamos de lado. El trabajo queda en suspenso.

Relajados, con el cuerpo en automático, cautivo y lejos del lugar donde nos proponemos ser productivos, el yo se disuelve como en la transición de la vigilia y al sueño.

Libre de nuestros azotes, la imaginación discurre, trae, repite, combina, resuelve, descarta, focaliza, encuentra, abandona, descubre: eureka.

Así, volvemos al trabajo renovados, y con suerte también con una nueva idea.

Esta semana te propongo una consigna experiencial. Entrá a Wikipedia, a algún artículo que te interese, o bien a un artículo al azar. Dedicá al menos quince minutos a leerlo y seguir la deriva de sus links internos: ingresá a todos los que te llamen por algún motivo, tanto del artículo principal como de los que se abran a partir del primero. Date un baño. Volvé y escribí un texto.

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


PS
  • Además de que es un método que me sirve, me gusta porque rompe el estereotipo de que un escritor es una persona poco afecta a la higiene. Quien quiera justificarse, que mejor se busque otra excusa.
  • Si no participás de mis talleres de escritura y querés recibir una devolución sobre tus textos, podría interesarte el Taller Express

19. Hm… interesante

Hay palabras que parecen hablar sobre algo, pero en realidad hablan sobre quien las enuncia.

¿Qué significa que un libro sea interesante? Significa que le interesa a quien lo juzga de esa manera. Si el libro es La montaña mágica implicará algo sobre quien lo dice, y si es Mi lucha, implicará otra cosa.

En una época narcisista como la nuestra, son plaga: interesante, genial, importante, bueno, malo, bello, feo, clave, etc. Son palabras que, aisladas, no significan nada, o en todo caso, en lugar de abrir el universo del texto, lo cierran.

En la ficción se ve claro. Nada más flojo que leer que un personaje tuvo “un día genial”. En general preferimos saber qué le pasó durante el día, qué cosas lo hicieron genial. No es lo mismo que esté de buen humor porque recordó una canción de la infancia o que lo esté porque es la primera vez en meses que puede darse una ducha caliente. Un rango infinito de matices queda tapado por la palabra genial.

De todas formas, creo que no hay que apurarse a borrar estas palabras cuando las encontramos en nuestra propia escritura. Son un llamado a detenerse y pensar: “importante para qué”, “interesante para quién”, “bueno en qué sentido”, y entonces sí, reescribir.

Esta semana te propongo que escribas un texto con un personaje que pase una “tarde de perros”. Desde ya, no vale usar esa expresión ni sinónimos. Que sea todo mostrar y abrir universo.

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


18. La fiesta

En internet (y afuera también) circula mucho una idea solemne de la literatura: enormes bibliotecas de roble repletas de oscuros y pesados tomos forrados en cuero; también escritores canosos y barbudos, viejos sabios a los que les atribuyen frases, por lo general apócrifas, del más ramplón sentido común.

Yo creo que ese universo de representaciones sólo puede interesarle a alguien que cree que la literatura es algo importante, pero que no se asoma a ella ni de casualidad.

Para mí la literatura es más bien una fiesta. El lugar puede ser cualquiera, incluso uno de esos castillos que acompañan en las redes a las frases motivadoras sobre la lectura. Eso sí, habría que barrer un poco, poner unas buenas luces, música y una nutrida barra de tragos.

Nos movemos por ahí con un gin tonic en la mano y de pronto nos encontramos, por ejemplo, con Edgar Allan Poe y tenemos el privilegio de escucharlo, de ver sus modos, de entrar en la conversación que plantea o de tratar de llevarlo a una conversación que nos interese.

Lo mejor es que en esta fiesta, por más pesados que seamos, Poe nunca se aburre de nosotros. Puede que nosotros sí nos aburramos de él, o sintamos que la conversación con él, al menos por ahora, no da para más. Entonces nos excusamos con algún pretexto y salimos a rondar de nuevo, y ahí están todos: de Homero a Sara Gallardo, de Sor Juana a Borges, de Cervantes a Julia Coria. Están los buenos, los malos, los más o menos, los antiguos, los modernos, los contemporáneos, todos con la misma predisposición a dialogar con nosotros.

Escribir, por su parte, es contribuir a esa fiesta. Por eso, para conocer sus códigos (y decidir si respetarlos o no), pensar cómo ir vestidos, saber qué queremos tomar, dónde está la mesa con los mejores canapés, y con quién conviene hablar antes de que se nos hagan las doce y el taxi se vuelva calabaza, lo mejor es participar, en simultáneo, como lectores.

Te invito, a partir de este viernes, a ir juntos a esa fiesta.

Mientras tanto, a modo de consigna, te propongo que esta semana tomes la fiesta (cualquier fiesta, más o menos metafórica) como escenario de tu texto.

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


17. Qué leer para empezar a escribir

Hace poco me preguntaron: ¿qué hay que leer antes de empezar a escribir? Mi respuesta fue: nada. Para empezar a escribir hay que empezar a escribir.

El problema es que empezar es la parte más difícil, porque es el momento en el que no tenemos idea de lo que estamos haciendo. Uno imagina que alguien ya resolvió ese problema, entonces deja en suspenso las ganas de escribir y busca la respuesta. Y si bien hay respuestas y todo escritor tiene su decálogo, ninguna es satisfactoria porque uno en lo profundo ya lo sabe desde el primer momento: la única salida es hacia adelante. Para andar en bicicleta no hace falta estudiar física, hay que pedalear.

Sin embargo, esto no significa que la lectura sea algo accesorio para alguien que se propone escribir. Creo, por el contrario, que la lectura es fundamental. Lo que no creo es que haya lecturas obligatorias. La mejor brújula es el propio deseo lector.

Para quienes escribimos, leer y releer sirve para ver cómo otros plantearon y resolvieron, mejor o peor, problemas que a nosotros también nos interesan. Con frecuencia, lo tengamos más o menos claro, en la lectura está el origen de textos futuros.

La consigna de esta semana es que releas un texto que te guste y a continuación lo reescribas. Podés actualizar un texto escrito en otro marco histórico y ver cómo podría funcionar ahora. También podés tomar un texto contemporáneo y cambiar alguna de sus variables: modificar rasgos del protagonista, desestimar el conflicto principal y plantear otro nuevo, narrar desde otro punto de vista, etc. Lo importante es que tu texto, a fin de cuentas, pueda leerse de manera autónoma (sin requerir la lectura del texto inspirador).

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


16. La era de la hipérbole

En el último tiempo me ronda una idea para un ensayo. Vivimos en la era de la hipérbole, de la exageración. Todo se nos presenta como lo máximo, lo mínimo, lo más, lo menos, lo radical, lo nulo. No hay mérito en el matiz, sino en la intensidad.

Quien se aprieta un dedo con la puerta de un mueble dice “morir” de dolor, quien se ríe de un chiste dice “cagarse” de risa, quien disfruta una buena comida dice que es “la mejor” que probó en su vida. Es loco, ¿no? Cosas destacables pero mundanas se asocian con acontecimientos únicos de la vida. Es como si hubiera un afán de trascendencia en hechos de lo más comunes.

Estoy seguro de que esto va de la mano con las aspiraciones módicas de nuestro siglo. La épica que en otros tiempos podía ser parte de un proyecto utópico con miras a realizarse, hoy se introyecta en las banalidades de lo cotidiano.

También, creo, se trata de inventar experiencias, adjetivarlas, para hacerse creer que se vive una vida intensa, acorde a los mandatos actuales.

En esta línea, también pasa algo gracioso con las contratapas de los libros. Fijate en alguno que tengas a mano. Casi todos los libros son el más esperado, el más audaz, el más implacable, el más sólido, el más poético, el más sutil, el más algo. Seguro que algunos lo son, pero ¿todos? Claro que ninguna editorial va a poner en contratapa “este autor no es el más importante de su generación”, pero tiene que haber otras cosas para decir sobre un libro (y tentar a posibles lectores) aparte de insertarlo en el primer lugar de una dudosa escala valorativa.

Como esta es la mecánica habitual de los discursos que nos llegan, estamos como inmunizados. El sentido común hoy es hiperbólico. De ahí, también, la polarización como estrategia discursiva usual de nuestra época.

Creo que para la escritura esto es un problema, porque si uno no está atento corre el riesgo de perder singularidad y sumar a ese sentido común en lugar de apartarse de él. Puede parecer algo muy elaborado, pero se juega en tonterías. Por ejemplo, si mi personaje tiene los pies grandes y yo digo que son “gigantes”, cuando tenga que describir la vastedad del océano ya no me van a quedar adjetivos. Mejor poner que tenía que hacerse zapatos a medida, o que pisó a un perro y se le quedó pegado a la suela (hasta se puede jugar con las distintas razas de perro) o la alternativa que más te guste.

Si escribo que mi personaje se da un golpe y se muere de dolor, lamentablemente habrá que poner punto final, y si pongo que pasó la mejor noche de su vida, más me vale que esa noche sea una fiesta como ninguna otra.

Esta semana te propongo que, con esto en mente, escribas la contratapa de un libro imaginario.

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel

PS. Ningún animal fue lastimado en la producción de este texto.


15. Concursos literarios

Empecemos con una buena noticia. Mi cuento “La casa de enfrente”, que había quedado finalista en el premio del Banco Provincia de Buenos Aires, recibió una mención del jurado, compuesto por Mariana Enriquez, Claudia Piñeiro y Hernán Ronsino, y va a publicarse en una antología con otros once textos seleccionados (entre 1800 cuentos participantes). Por acá lo festejamos como un campeonato.

Mandar textos a concursos es algo que recomiendo a todos. Es un desafío un poco menos autoimpuesto que el de la escritura diaria, porque tiene la rigidez que implica algo que viene de afuera. Uno sabe que para tal fecha debe tener listo un texto de tantas palabras, a veces sobre un tema determinado.

Los incentivos son varios. El mayor es el premio en sí, que según el caso puede ser dinero, un viaje, la publicación del material, etc.

Por otro lado está el prestigio que otorgan ciertos premios, que puede abrir puertas importantes en una carrera literaria.

También está el incentivo de ser leído por el jurado, que suele estar integrado por escritores ya establecidos en el oficio. Lo usual es que el jurado lea sólo los textos finalistas (antes hay un prejurado que hace un primer filtro), así que sus miembros están en condiciones de leer con atención los textos que les llegan.

Si no sale nada de eso, el escenario más frecuente, no hay que desanimarse. Al menos terminás con un texto que podés mandar a otro concurso o publicar por otro lado. (Para la moraleja de esta historia: “La casa de enfrente” ya había sido presentado antes, sin suerte, en otra competencia.)

La propuesta para esta semana es que busques algún concurso que te interese (atención a los requisitos de edad, ubicación, género literario, envío digital o por correo postal, etc.), prepares un texto y lo mandes.

Vamos. Esta vez: a trabajar, y mucha suerte.

Saludos,

Ariel


14. El truco del plomero

Podría pensarse que un escritor es alguien que se dedica a la escritura a tiempo completo. Sin embargo, hay nombres que no dudaríamos en identificar como grandes escritores que no se dedicaban full time a escribir, y también personas que se dedican todos los días a escribir y, antes que escritores, los llamaríamos de otra forma: periodistas, guionistas, redactores, etc.

Creo que la designación de escritor, en el mejor de los casos, viene de afuera. Es una figura a la que la sociedad otorga prestigio; no así dinero, por lo general. En buena medida, tiene que ver con lo que hablamos siempre: la idea de que el arte y aquellos que lo crean están elevados de alguna manera con respecto a los demás mortales. Por eso el prestigio, y por eso también lo inadecuado de que entren en contacto con algo sucio y mundano como el dinero. (Una discusión estética también puede ser una cuestión gremial.)

La cosa es que está esa figura de escritor, y quienes se ven seducidos por ella, por esa pose y esa expectativa de impacto en los demás. Todo eso no tiene nada de malo, desde ya, pero es evidente que está bastante lejos de la práctica de la escritura y, más importante todavía, de la posibilidad de disfrutar esa práctica.

Es el problema de Hamlet: ocupado en el problema del ser, queda inmóvil.

Fui a consultar el libro donde creía haberlo leído pero no está, o no lo encuentro, aunque estoy seguro de que lo leí. Abelardo Castillo, además de escritor, gran maestro de escritores, decía a sus alumnos: “No digas que sos escritor, decí que sos cualquier otra cosa: plomero, electricista, lo que sea, pero escribí”.

Esta semana te propongo que escribas un texto en primera persona desde el punto de vista de un plomero (o un fontanero, según donde estés). Al corregir, verificá que el lenguaje sea verosímil, adecuado al personaje.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

13. Escritura y mensaje

En conversaciones del taller, en los últimos días surgió de distintos modos la idea de escribir ficción para transmitir un mensaje, lo que me parece un buen problema para pensar.

Así el mensaje sea de orden político, filosófico, moral o el que sea, esta idea supone que algo trasciende el texto, lo que lo acerca, entiendo, al uso particular del lenguaje que se da en los textos religiosos.

Ahí la palabra está al servicio de otra cosa. Es un medio para transmitir algo a lo que no se puede acceder directamente. Un texto sagrado no se juzga por su claridad, su belleza, su fluidez, su verosimilitud, etcétera, sino que vale en la medida en que transmite con fidelidad el mensaje que encierra.

Las propias ideas de encerrar o descifrar suponen que hay un más allá del texto: un lugar al que se quisiera acceder y que el texto al mismo tiempo señala y protege. La utopía implícita sería quitar el texto del medio para acceder sin mediación a eso que está más allá.

Si esto se aproxima a concepciones más o menos conscientes que podamos tener sobre la escritura es porque llega como eco a la noción romántica de la que ya hablamos un poco: el autor como genio, la creación como fruto de la inspiración, la obra como objeto aurático. Desde esta perspectiva, una obra vale en la medida en que se inscribe en ese esquema y, como las imágenes religiosas o los templos, encierra algo de esa fuerza trascendental que está en su origen.

Como lectores o espectadores de la obra podríamos contagiarnos de su espiritualidad, trascender momentáneamente también nosotros. ¿Por qué, si no, la gente se saca selfies con las pinturas en los museos? ¿Por qué les pedimos a los autores que firmen nuestro ejemplar de su libro?

Con las vanguardias estéticas de principios del siglo XX el foco se corrió del autor y la obra al procedimiento. El consabido mingitorio de Marcel Duchamp no vale por el virtuosismo de su construcción o por las voces místicas que lo inspiraron, sino como gesto, como intervención en un contexto institucional llamado arte (la obra es la intervención). Y si la obra vale por sí misma y no por algo que la trasciende, ya no hay un más allá de la obra, que pasa a considerarse en su pura materialidad de artefacto.

Esto en literatura tiene distintos exponentes. Quizás el más extremo sean los caligramas y la poesía concreta: la forma del texto en la página, que antes era algo en lo que un escritor no pensaba en absoluto, de pronto adquiere relevancia. No importa que yo no escriba poesía concreta, lo relevante es que después de esa experiencia ya no puedo ignorar que la disposición de las palabras en la hoja es un recurso de significación. Incluso en una novela: como lectores intuimos que no da lo mismo que el espacio de una página esté ocupado por un gran párrafo compacto o que haya párrafos breves, diálogo y aire.

A cien años de la irrupción de las vanguardias, nos queda, cuanto menos, la certeza de que todos podemos participar en la creación artística y literaria. Eso sí, el precio es abandonar la pretensión de un mensaje (del que bien pueden ocuparse otros géneros no literarios) y disponernos al juego de armar un artefacto hecho de palabras.

(A menos, claro, que venga una voz a susurrarnos un mensaje divino. En ese caso, no tengo nada que objetar.)

La propuesta para esta semana es escribir un texto que juegue de alguna manera con la forma que dibujan las palabras en la página, tomando como inspiración los caligramas y la poesía concreta.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

12. Contra el realismo

La semana pasada hablamos de la motivación en los textos y de la verosimilitud del azar. En realidad hablé yo solo, o más bien escribí, pero bueno, también fuera de la ficción hay ciertos pactos que sostienen la enunciación.

Una de las cosas maravillosas de la literatura es que es imposible aprehenderla del todo. Existen muchísimos libros más de los que pueden leerse a lo largo de una vida, y por cada regla general que uno quiera establecer siempre habrá un contraejemplo que la niegue, o al menos la relativice.

Incluso la lógica del realismo según la cual cada hecho tiene su causa, por más razonable que nos parezca es una convención, y no es la única forma de hacer las cosas. En todo caso, no es un principio que abarque toda la literatura.

El recurso del deus ex machina que denostábamos la semana pasada es válido y bien efectivo para poner punto final a la narración oral de un cuento infantil y mandar a dormir al público en cuestión.

Por dar un ejemplo más prestigioso, la literatura de Samuel Beckett es un misil contra el realismo como encarnación del pensamiento racional. En Beckett subyace una idea que en filosofía elaborarán Theodor Adorno y Max Horkheimer sobre la experiencia del nazismo en Europa: ese punto límite de lo humano al que se llega con la implementación del campo de concentración no es, como podría pensarse, un desvío del proyecto racional iluminista (o sea, no es “una locura”), sino su consumación plena. El problema no es el desvío, es la matriz de pensamiento. A eso, Beckett opone una estética del absurdo.

Más acá de los ecos filosóficos, de lo que se trata es de modular la escritura y sus recursos (incluida la propia causalidad de los hechos) para establecer un diálogo con las lógicas de sentido circulantes o intervenir en ellas.

Eso sí, el riesgo es que el texto se vuelva incomprensible, pero a veces vale la pena correrlo.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.

11. Cómo escribir sin grúa

Decía la vez pasada que en narrativa nada pasa porque sí. Como nadie me respondió con un mail indignado al respecto ni hubo una baja masiva de suscripciones, entiendo que tenemos un acuerdo sobre este punto, o si hay un desacuerdo, no es muy fuerte.


Por eso, si nadie va a contradecirme, lo voy a hacer yo mismo. A veces, en narrativa, las cosas pasan porque sí. Mejor dicho: en las narraciones hay cierta forma de azar.


Como ejemplo, nos sirve el de la pareja de enamorados de la semana pasada. Ya vimos que los dos tienen una motivación para ir al supermercado, pero resulta que justo les llega en el mismo momento, que van al mismo supermercado, y que si bien van a buscar productos distintos (porque si a ambos les faltara lo mismo estaríamos en el terreno de la publicidad) tienen la suerte de encontrarse entre las góndolas y recibir sendos flechazos bajo la brillante luz blanca.


Todo eso pasa por azar, pero es evidente que se trata de un azar distinto al que operaría si, en mitad de la noche, uno de ellos pasara frente a la ventana del otro y, sin conocerlo, le ofreciera dentífrico porque tiene de sobra y se le ocurrió salir a ver quién podría necesitarlo. Sólo funcionaría en clave de humor o si hubiera algo en el texto que habilitara esa conducta del personaje.


A los casos más extremos de resoluciones como estas se los identifica con la figura deus ex machina, que en el teatro griego era un tipo que entraba a escena colgado de una grúa y ataba los cabos sueltos de la trama (en su versión secular: todo fue un sueño, una alucinación, etc.).


El azar, entonces, funciona mejor al principio de una historia que al final, y aun así tiene que ser un azar verosímil, acorde a lo que, en efecto, podría pasarles a los personajes.

Para la consigna de esta semana, te propongo tomar un libro que tengas cerca, no importa cuál. Abrilo al azar y tomá nota de la primera palabra que veas. Hacelo dos veces más. Esas tres palabras van a determinar el texto que escribas. Podés usarlas como tema del texto, como inspiración para construir la voz narrativa o como prefieras.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel


PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.