En los últimos años proliferó la idea de spoiler. En una traducción literal, el spoiler es ‘aquello que arruina’, y lo que se arruina suele ser algún tipo de obra de ficción: una novela, una película, pero muy en particular, una serie.
La presencia creciente de la idea de spoiler en nuestra vida va en paralelo con el boom de las series televisivas en pasaje de la TV tradicional hacia el streaming. Tiene sentido, porque es el momento en que los espectadores dejan de seguir la agenda de publicación de capítulos de las cadenas de televisión para pasar a verlos en el momento y con la frecuencia que lo desean, lo que da lugar a un desfasaje entre lo visto por unos espectadores y otros. La palabra spoiler ya existía con ese sentido, pero fue en esos años cuando se popularizó y trascendió, entre otras, la barrera del inglés.
“Arruinar” es una palabra fuerte, y ni que hablar de la prima ibérica gore “destripar”. O sea, no es meramente revelar información o contar un argumento. Es como si una vez expuesto lo que sale a la luz la obra ya no sirviera para nada, y eso me parece sintomático de la forma de lectura en la era de las series (lectura en un sentido amplio, que incluye ser espectador de una obra audiovisual).
Es un modo de leer casi esotérico: el texto no vale por sí mismo, sino para acceder a algo escondido. El texto es una clave, y una vez que se hacen presentes sus fuerzas ocultas (bajo la forma, si se quiere, de un impulso químico en el cerebro ante un final sorpresivo), ya está cumplida su función y es descartable. Ha sido consumida.
No hay relectura posible: el texto, tras ser leído, se autodestruye. ¿Para qué volver sobre un texto que yo mismo me spoileé al leerlo? (Además, dado que nos quedan todavía montones de películas, series y libros indicados por el mandato de lo que hay que ver y leer, para qué perder tiempo…)
Sin embargo, quien entra a una sala de teatro a ver una puesta de Romeo y Julieta, ¿no sabe cómo va a terminar? Si te cuentan el final de Don Quijote, ¿ya no tiene sentido leerlo?
Parece que esas obras valieran por algo más aparte de la historia que cuentan, pero ese algo más que hace que volvamos a ellas no tiene que ver con que sean prestigiosas o complejas. Creo que porque son obras prestigiosas y complejas nos ponemos en una posición de lectura distinta, más abierta a encontrar relaciones y sentidos.
Por otra parte, también los chicos piden que les repitan los mismos cuentos antes de dormir, y el placer de esa lectura no tiene que ver con descubrir algo que no se conocía, sino, por el contrario, con retransitar lo ya conocido, claro que con nuevas luces y resonancias. Hay incluso un placer físico: la voz que vibra en el oído, el paladeo de las palabras.
Es claro cómo la idea de spoiler pierde importancia cuando se lee de otra manera.
Como escritores, no creo que debamos evitar siempre las sorpresas que puedan ser arruinadas, pero es bueno saber que no siempre son necesarias y que, en todo caso, la apuesta de un texto no debe concentrarse sólo ahí. De lo contrario, quedaremos a merced de cualquiera que no sea capaz de guardar un secreto.
Esta semana te propongo que escribas un relato que empiece así:
Hace dos horas yo, Eva Magda, maté a Agosto Johnson de un golpe en la cabeza.
Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel
PS. Podés encontrar las consignas pasadas acá.