Del ensayista Nicolás Rosa se dice que en sus clases jugaba con el lenguaje académico. Al presentar un tema, decía, por ejemplo: “Esta cuestión tiene tres aspectos fundamentales”, y a continuación desarrollaba cuatro, o apenas dos. No es que se perdiera en la hilación de sus pensamientos o que improvisara, sino que lo hacía a propósito. ¿Para qué? Podríamos pensar: para implicar a quienes lo escuchaban, para ponerlos en alerta, para exigirles atención y no dejar que se adormecieran con la canción de cuna que pueden ser ciertas pedagogías. En una palabra, lo hacía por joder, en el mejor de los sentidos, y es que algunas cosas no se transmiten de otra manera.
La semana pasada nos quedó en suspenso la segunda de las ideas que les proponía desarrollar, eso de “representar las cosas como sólo la literatura puede hacerlo”. Para llegar ahí, creo que puede servirnos pensar en la relación que hay entre el arte y la tecnología, lo que nos lleva, sin escalas, a la ciencia ficción.
Las ficciones de este género se plantean un problema del presente o uno que imaginan en el futuro, y lo resuelven sin las limitaciones que suele haber en la vida real. En estas obras, la ciencia se encuentra en un estado avanzado de desarrollo para poner en práctica lo que hace falta y nunca hay problemas presupuestarios (y si los hay, terminan por sortearse de alguna manera).
En la vida real, ante un problema que se instala como posibilidad en la imaginación de una sociedad, la ciencia debe ponerse manos a la obra con miras al largo plazo, y lo mismo hará la técnica, con expectativas de mediano o corto plazo. El arte, en cambio, puede operar de inmediato. No hay dudas de que una vacuna desarrollada por la ciencia va a ser más efectiva en la vida real que una leída en una novela. Sin embargo, en la versión ficticia está el punto de llegada hacia el que se orientan la ciencia y la técnica.
Cuenta el mito que Wernher von Braun, el ingeniero ex-SS detrás de los cohetes del programa espacial estadounidense, de joven había quedado fascinado con el film La mujer en la Luna, de Fritz Lang. Ahí, de hecho, aparece por primera vez la cuenta regresiva antes del despegue. ¿Habría alunizado Neil Armstrong el 20 de julio de 1969 si cuarenta años antes Lang no rodaba su película, y si un siglo antes Julio Verne no publicaba la novela De la Tierra a la Luna?
No es que los artistas sean seres iluminados, sino que al trabajar con relativa libertad, sin riesgo de matar a nadie (en general) y sin la exigencia del saber, juegan con los materiales a su alcance y condensan en obras las ideas, sentires, deseos y temores de una época. Tal vez no se lo propongan ni lo registren, pero eso es lo que hacen.
Un clásico disparador de relatos de ciencia ficción es la pregunta “¿Qué pasaría si…?”. ¿Qué pasaría si existiera un estado totalitario capaz de vigilarlo todo? ¿Qué pasaría si los robots fueran indistinguibles de los humanos? ¿Qué pasaría si el turismo espacial estuviera al alcance de cualquiera? ¿Qué pasaría si pudiéramos viajar en el tiempo? Si hacemos un poco de ingeniería inversa, vamos a ver que todos los relatos de ciencia ficción que conocemos podrían retrotraerse a una pregunta de ese estilo.
Esta semana te propongo que escribas un texto a partir de una pregunta de “¿Qué pasaría si…?”. No es necesario que sea un texto de ciencia ficción. Podés completar la pregunta con lo que se te ocurra, y si no se te ocurre nada, podés usar alguna de las que están en el párrafo anterior.
Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.
Saludos,
Ariel
PS. Si te gustaría tener más herramientas teóricas para pensar tus textos, te invito a conocer el taller de iniciación.