Todos leímos alguna vez un cuento que nos sorprendió al resolverse de una forma inesperada, pero no cualquier final sorpresivo nos satisface como lectores. Los finales esperables nos aburren, y ante los que son totalmente imprevisibles nos sentimos estafados. Solemos exigir que lo inesperado sea, al mismo tiempo, coherente.
El ejemplo clásico es el cuento policial: los indicios nos llevan hacia una conclusión, pero el investigador, a partir de los mismos indicios sumados a otros que el lector pasa por alto, llega a una conclusión diferente que resulta ser la verdadera. Algo similar se da en relatos de otros géneros que provocan el mismo efecto. Lo sorprendente está cifrado en signos dobles desperdigados por el texto: primero pasan por detalles insignificantes o arbitrarios (¿qué importa si el abrigo del protagonista es verde o azul?), pero después, a la luz del desenlace, se revelan fundamentales (gracias a que mi protagonista tenía un abrigo azul, no fue divisado por los alienígenas exterminadores, incapaces de captar ese color).
Si se trata de un policial, uno se queda pensando “¿cómo no me di cuenta, si todo estaba ahí?”. La respuesta no es que a uno le fallen sus capacidades (cosa siempre posible, pero esto no lo demuestra), sino que el texto está construido deliberadamente sobre una ambigüedad.
Por eso, al tratar de producir un final sorpresivo en un texto propio, no resulta acertado ocultar o retrasar la información. En general, lo mejor es que los datos estén ahí todo el tiempo y lo que se retrase sea la segunda interpretación de esos datos.
La idea es que el lector siempre pueda hacerse una imagen completa de lo que pasa y tener elementos para darle un sentido a eso que pasa. El desafío para nosotros será, con esos mismos elementos, construir un segundo sentido. Dicho de otro modo: sin que tenga la certeza de sobre qué está parado, que el lector pueda hacer pie en el texto que le proponemos.
Por el contrario, el efecto sorpresa de ocultar un elemento clave de la narración y revelarlo al final equivale al efecto mágico de hacer aparecer un conejo por quitar el velo de una jaula que siempre estuvo cubierta sobre el escenario.
La magia auténtica es la que pasa por completo delante del espectador, cuando el conejo aparece donde antes parecía no haber nada.
Al igual que las jaulas cubiertas, las omisiones de elementos clave en la narración no son trasparentes, sino opacas. Se evidencian como un hueco del relato. El efecto de transparencia es la presentación de todos los elementos a los ojos del lector, y la magia del cuento es hacer emerger de esos mismos elementos una segunda interpretación, inesperada pero coherente.
Esta semana te propongo que escribas un texto en el que aparezca un truco de magia.
Mucha suerte, y a trabajar.