54. El yo en la literatura

Primero que nada, gracias a quienes se acercaron el jueves a celebrar la llegada de Una producción independiente. 


Durante su generosa presentación, Marcos Zurita dijo que primero se alarmó al encontrar en el libro una serie de relatos en primera persona. Lo que pasa es que la primera persona tiene mala prensa en los últimos tiempos, pero no es por su culpa. Como dijo Zurita, no es raro que los textos contemporáneos en primera persona desarrollen de la forma más chata posible las banalidades más banales de la vida personal del autor. Habló de algo así como relatos sobre gente que va a pagar las cuentas al Rapipago (o para el caso, cualquier oficina de cobro de servicios en efectivo).

Desde que lo escuché, pienso que sería posible escribir un relato en ese escenario y que sea emocionante, pero por supuesto Zurita daba por descontado que no se trataba de un texto de esas características. Por suerte, al presentador le gustó el libro, porque siguió con la lectura y encontró textos que no le hicieron suponer que fueran historias banales de mi vida, sino cuentos que se sostenían por su propia estructura y propuesta.

Claro que la vida entra en la ficción, porque, junto con las lecturas (en sentido amplio), es nuestro principal insumo al momento de escribir. Lo que pasa es que en el medio se procesa, se corta, se pega, se transforma, se olvida, se reconfigura, y eso es lo que tiene la capacidad de convertir un texto en una obra interesante y no en el chisme de una persona intrascendente.

Después de la presentación, conversábamos con mi amigo Juan Lorges sobre este género de diarios íntimos abiertos al público que aflora en esta época nuestra de tecnonarcisismo recargado y a la que se le suele llamar “literatura del yo”. Por ahí, se me ocurría, el problema no fuera la literatura del yo, sino el yo en la literatura.

Es un tema tan viejo como el Quijote, con escala en Madame Bovary: cómo el yo confunde el límite entre ficción y realidad y se cree dentro de un mundo literario. Pero el Quijote y Emma Bovary, que al menos eran personajes de ficción, salían a luchar o sufrían por amor, pero no escribían. De otro modo, tal vez hubieran considerado que, dado el mágico mundo que habitaban, hasta las cuestiones más banales de su vida cotidiana hubieran sido dignas de ser leídas por otros.

Por suerte para nosotros, no escribían sino que fueron escritos, por autores que tuvieron la gentileza de mediar con la fantasía sus más refinadas o triviales inquietudes para entregarnos obras de ficción que, nadie lo puede negar, saben resistir el paso del tiempo.

Esta semana te propongo que escribas una ficción sobre alguien que paga las cuentas de su casa.

Mucha suerte, y a trabajar.