Uno nunca sabe lo que va a escribir. Es útil tener un disparador, un punto de partida. Se puede tener una idea, una intención, pero en la escritura se produce otra cosa. Por eso, nunca hace falta saber algo antes de escribir. Eso funciona más bien como una excusa para demorar el momento de escribir. ¿Por qué? Porque escribir supone un riesgo, el de desplazarme de mí mismo, de la seguridad de lo que sé y domino a la incertidumbre y a lo que viene de algún lugar que desconozco. Al menos en un sentido literario, no es poner por escrito una idea que está en otro lado; escribir es darse al vértigo del devenir de la escritura.
Es por eso que, una vez escrita la primera ráfaga, uno queda frente a un objeto extraño que necesita leer y releer para que resuene y permita formar una frecuencia. En ese proceso, la lectura en voz alta permite una conexión no sólo intelectual, sino también sensorial con el texto. No es la pasividad de oír, ni la atención de escuchar. La poeta Ramona de Jesús lo llama pasar por el oído. Es el texto como una música, leído a ver cómo suena, cómo vibra en mí, hacer reverberar el texto para descomponerlo y recomponerlo. (Un juego infantil: repetir una palabra hasta que no signifique nada.)
Podemos hacer eso porque la literatura es, entre los usos del lenguaje, el que toma las palabras no como medios de expresión o comunicación, sino como palabras. Es la escritura que reflexiona, con un criterio estético, sobre la escritura misma, y su órgano es el oído. Por eso hay palabras que nos gustan. Por eso capturamos algo dicho al pasar. Por eso ensayamos qué pasa si las cosas se dicen de una forma diferente. Por eso no tiene sentido contar el argumento de un poema (tampoco el de una narración, pero eso queda para otro día).
Esta semana te propongo que espíes a alguien. Escuchá una conversación ajena en un café, a alguien que hable por teléfono en la calle o a tus vecinos que no dejan de gritarse. No valen videos ni audios, sólo escucha directa de gente real. De lo que escuches, tomá nota de alguna frase o palabra que te llame la atención por el motivo que sea. Después, repetila para tus adentros varias veces y tomá nota de las ideas o imágenes que surjan. A continuación, escribí un monólogo que incluya la frase o palabra oída.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel