La semana pasada hablábamos del ritmo. La asociación inmediata es con la música. El ritmo es un término prestado que remite a lo más elemental del lenguaje, a un estado previo a cualquier significación, algo que puede sonar extravagante o como un complejo ejercicio de abstracción, pero es ni más ni menos que la entrada de cualquiera al lenguaje.
Vale para el contacto con una lengua extranjera: al principio, todo es música; pero también para el momento irrecuperable del aprendizaje de la lengua materna: sonidos, tonos, melodías sobre los que de a poco se recortarán significados. Al principio todo es música, y en especial ritmo, una repetición que se desplaza, que entra en contraste con el ciclo primordial de los latidos.
Hay también otra forma de pensar el ritmo en un texto, no ya en el plano de lo sonoro, sino en el de la narración. Me refiero a una densidad de acciones, a la cantidad de cosas que pasan en cada tramo de texto. Siempre hay elipsis, porque sería imposible decirlo todo. El tema es qué se deja afuera, qué se da por sobreentendido, qué se silencia para incorporarse a un terreno ambiguo.
La entrada del 2 de agosto de 1914 en el diario de Kafka: “Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. Entre un acontecimiento y el otro hay un agujero negro que lo absorbe todo. Kafka elige no contar lo que pasa ahí, y ese silencio, la irrelevancia de todo lo demás y la incorporación de lo terrible a la dinámica de lo cotidiano definen a Kafka. El choque se da por una alteración del ritmo de los acontecimientos. La primera frase da pie para que le siga algo atroz, pero en cambio aparece algo mundano, que a su vez permite preguntarnos: ¿ninguna otra cosa mundana pasó ese día?
Bien por Kafka, pero si no quisiéramos tensionar las cosas de esa manera (y dudo que Kafka lo buscara adrede, por eso la secuencia es inmejorable) necesitaríamos una transición, algo que incorporase los hechos a un mismo ritmo.
Si dedico una página entera a describir el desayuno de mi personaje, de ahí paso a un párrafo breve sobre el día laboral y liquido en dos líneas una cena con su amante, el texto queda desbalanceado, y eso produce significación. No está mal, lo importante es saberlo.
Muchas veces, los tiempos muertos (traslados de los personajes, por ejemplo), son buenos momentos de transición para balancear, si es lo que buscamos.
Esta semana, te propongo que escribas un relato que transcurra durante un viaje en taxi (no es necesario vincularlo con lo dicho en el resto del mail).
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel