En la última clase abierta, dedicada a la puntuación y el ritmo en la narrativa, hablamos del escritor, fotógrafo y artista plástico francés Edouard Levé. En particular, vimos su Autorretrato, una singular obra autobiográfica de su autoría.
La autobiografía es uno de los llamados géneros de no ficción, y como tal pareciera tener cierta transparencia con relación a los hechos. Uno esperaría de un texto autobiográfico cierto desarrollo ordenado, primero lo que pasó primero, después lo que pasó después, una puesta en contexto de los acontecimientos, etcétera. Alguien podría decir que es una escritura que tan sólo registra lo ocurrido. Sin embargo, sabemos que la mera puesta en palabras de un acontecimiento es su recreación en un orden distinto, y el trazado de una interpretación sobre él, desde la manipulación deliberada hasta las ineludibles marcas inconscientes o ideológicas que se imprimen en las formas de nombrar.
Levé sabe que no hay tal transparencia, pero no se hace problema por eso. Al contrario, parte de la idea de que la escritura es creación aun cuando su objeto pretenda ser algo de la realidad. Por eso, se permite jugar con la forma y toma en préstamo un género más afín a sus otras disciplinas. A diferencia de la biografía, que desarrolla un lapso de tiempo, el retrato da cuenta de un momento (aunque en ese momento, desde luego, estén condensadas todas las vivencias pasadas y haya miradas, rictus y otros gestos que anticipen el porvenir).
El resultado es una vida hecha de pinceladas: frases breves, sintéticas, arbitrarias, sin un orden visible más allá de un intermitente principio de asociación, que delinean, dan profundidad, color, expresión, y por sobre todas las cosas, ritmo. Así empieza:
De adolescente, creía que La vida, instrucciones de uso me ayudaría a vivir, y Suicidio, instrucciones de uso, a morir. He pasado tres años y tres meses en el extranjero. Prefiero mirar hacia la izquierda. Uno de mis amigos se deleita en la traición. Terminar un viaje me provoca el mismo dejo de tristeza que terminar una novela. Olvido lo que me desagrada. Quizás he hablado sin saberlo con alguien que mató a alguien. Me meto a mirar en callejones sin salida. No me da miedo lo que haya al final de la vida. No escucho realmente lo que me dicen. Me sorprende que me pongan un apodo cuando apenas me conocen. Tardo en ver que alguien se está portando mal conmigo, tanto me sorprende que me pase algo así: el mal es, en cierto sentido, irreal. Archivo cosas. Le hablé a Salvador Dalí cuando yo tenía dos años.
La propuesta para esta semana es que escribas un relato sólo con frases breves (inferiores a una línea de texto).
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel
PS
La cita es de la edición de Eterna Cadencia.