El lunes pasado encontré un libro tirado en la calle, cosa que siempre es un poco mística. Por el formato de bolsillo, las tapas de cuerina azul sin ninguna marca y un brillo dorado en el borde de las páginas me imaginé que era una Biblia. Por motivos que no sé precisar, la levanté.
Al final no era una Biblia, sino un clásico de la literatura. Estaba en su lengua original, que yo no entiendo, en una edición de 1934. No sé cuánto tiempo había estado ese libro ahí, pero se lo veía un poco maltratado y resultó tener un olor que no podría definir de otra forma que a culo.
No parecía la clase de libros que los enamorados se regalan unos a otros y después vuelan a la calle con las separaciones, pero el amor es una cosa muy extraña y uno nunca sabe hasta dónde puede llegar el poder de seducción de una novela realista decimonónica. Tampoco podía pensarse que fuera parte de una biblioteca desechada por sus herederos, porque el libro estaba solo. Se me ocurre que a alguien, quizás un estudiante de idiomas, se le cayó sin más de la mochila.
El tema es que yo lo había levantado y ahora no podía deshacerme de él. ¿Iba a tirarlo a la basura? ¿Qué diferencia había entre eso y quemarlo? ¿Es que era un nazi yo?
En busca de un pretexto para llevármelo, gané tiempo: en cuanto llegara a casa, iba a colgarlo afuera para que se ventilara, y así después poder cambiarlo por algún otro libro que me interesase, como hice hace un tiempo con una pila de volúmenes que para mí no tenía ningún valor literario ni afectivo y pasaban intactos de mudanza en mudanza.
Eso hice, solo que me olvidé. Pasaron los días y la obra maestra quedó expuesta a la lluvia. Si el proceso de ventilación había logrado sacarle el olor, la humedad se lo devolvió intensificado.
Al final, después de una semana de tenerlo en casa, decidí llevarlo de nuevo a la calle y dejarlo apoyado con prolijidad sobre alguna superficie elevada: una baranda, una de esas cajas con tableros eléctricos o incluso la tapa de un cesto de basura, todos lugares mejores que el suelo.
Eso voy a hacer. Hoy ya no, pero mañana seguro que sí.
Esta semana te propongo que escribas una historia o una escena que involucre un libro encontrado.
Mucha suerte, y a trabajar.