Es muy probable que me hayas conocido por las redes sociales, en particular por una publicación en la que ofrezco estas consignas de escritura semanales a quienes las deseen. Empecé a hacer difusión de mi trabajo por ese medio el año pasado y resultó muy bien (acá estamos), pero también da lugar a ciertos, por así decirlo, efectos secundarios.
Uno de ellos es que, así como a muchas personas la propuesta les gusta y la aprovechan, a algunas otras las enoja. Entiendo que pueda no interesarles, y está todo bien. No todo es para todos. Pero enojarse ya me parece un poco gracioso.
Esta semana, una persona cuya privacidad mantendremos a salvo respondió a mi publicación. Decía que un verdadero escritor no necesita consignas ni ejercicios, sino ponerse a escribir y no dejar de leer a los maestros.
Me pregunto qué idea tendrá esta persona de lo que es “un verdadero escritor”. Yo creo que una un poco aburrida. Supongo que está bien leer a los maestros, pero si nunca dejo de leerlos, ¿cuándo voy a leer lo que tengo ganas de leer? Por otra parte, tampoco es fácil saber quiénes son esos maestros (¿habrá maestras también?, ¿en qué idioma escribirán?, ¿qué sellos los publicarán?).
Pongamos que sabemos quiénes son y que nos apasiona su lectura. ¿Por qué sería importante leerlos? Me imagino que no para llegar algún día a ser cadáveres cultos. Tampoco por el mero disfrute de la lectura, porque eso lo hace cualquier lector, no uno que quiere escribir.
Mi experiencia al leer textos que luego adopté como maestros tiene que ver con alguna forma de fascinación: leer algo que nunca había leído de esa manera, descubrir una idea genial, encontrarme con que el lenguaje hace algo que yo no sabía que podía hacerse.
Lo sabemos desde la primaria: no alcanza con que alguien sea nombrado maestro para que cumpla ese rol. Un maestro fascina, y a quien le quepa alguna duda lo remito a la excelente Escuela de Rock.
Del mismo modo, un texto magistral inspira: lo que me fascina del texto quiero llevármelo a mi propia escritura. Lo que leo se cruza con lo que tengo y me ilumina el camino para avanzar. Puede que ni sepa con qué cuento, pero el encuentro con la lectura me lo dispara, me hace escribir.
Dar con un texto que suscite algo así es un pequeño milagro, y para invocarlo no alcanza con recorrer el anaquel de grandes maestros de la literatura universal. Más bien, en el momento menos pensado, uno es tocado por una lectura.
¿Eso hace a un verdadero escritor? No lo sé. Sí sé que, por suerte, para escribir no hace falta ser un verdadero escritor.
Lo que hace falta es escribir, y para eso, desde mi punto de vista, vale casi todo.
Esta semana te propongo escribir un texto en el que los personajes jueguen un juego.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel