43. El surfista

Me alegra volver a estar en contacto en este formato más extenso. Espero que los envíos breves del verano te hayan servido para escribir o para pensar algo nuevo en tus textos.

Durante estos meses anduve por acá, pero detrás de escena. Por un lado, recibí la espectacular noticia de que la editorial Azul Francia estaba interesada en publicar un libro de cuentos que terminé de armar el año pasado. Se llama Una producción independiente, al igual que uno de los relatos que lo integran, y contiene una serie de ficciones sobre el mundo del trabajo, la vida urbana, los vínculos humanos y otras delicias del siglo actual. Si todo va bien, en mayo estará entre nosotros.

Por otro lado, me dediqué a delinear distintas propuestas para trabajar con ustedes este año. Digo delinear y no planificar porque hace falta cierto grado de indeterminación para mantener el entusiasmo. Por lo menos, eso es lo que me pasa a mí, y en particular en lo relacionado con la escritura. Si tengo una idea para un texto y en lugar de escribirla me pongo a organizarla en un plan preciso, se me van las ganas de seguir. Me da la impresión de que con el plan ya es suficiente, que todo está ahí, y agregarle lo que va del punto A al punto B pierde todo sentido. Es la diferencia entre dibujar y formar una figura uniendo puntos numerados.

Esa misma indeterminación es la que a veces paraliza, porque si hay algo difícil en escribir es aguantarse no saber adónde uno va hasta que llega ahí. Lo que sí sabemos es que ante lo que no se sabe, hay que aprender. Primero aprender, después hacer, dice el sentido común. Y es fácil aprender, y por todas partes hay recursos para aprender, tanto gratuitos como pagos; muchos son muy buenos, enriquecedores, hechos por personas muy capaces, pero ninguno resuelve la indeterminación a la que uno se enfrenta al hacer. La verdad, lo dicen los grandes maestros de la literatura, es que no hay teoría capaz de llenar ese vacío. Y si la hubiera, estoy seguro de que sería decepcionante.

Hace poco, a partir de una consulta de alguien que buscaba más teoría para resolver un problema en su escritura, se me ocurrió que escribir es en cierto sentido como surfear. En el surf importa la técnica, pero no tanto como entrar en sintonía con el ritmo del mar. Para no caerse y llegar a algún lado, el cuerpo (no la conciencia) tiene que comprender que está atado a algo más poderoso que él, inconmensurable, y que no tiene otra alternativa que fluir, adecuarse con movimientos, a veces reflejos imperceptibles de los tobillos, las rodillas, la cadera, los brazos. Hay un saber en juego, pero es un saber teórico sólo hasta cierto punto. Es el cuerpo del surfista quien sabe, pero ni siquiera así el surfista sabe adónde va, cuántas olas montará o si podrá mantener el equilibrio a lo largo del trayecto. Tampoco importa.

Si hay algo vivo en la escritura es el acto de lanzarse al mar y tratar de hacer equilibrio en la vastedad del lenguaje, siempre ondulada y en movimiento. Por eso, las propuestas de este año tendrán el sentido doble de un oleaje. Veremos teoría, pero siempre en acción, en literatura viva, y en la medida en que nos sirva; después vamos a ocuparnos de desaprender lo escolar, lo impropio, para que aparezca el vértigo, el entusiasmo, para dar lugar a las ganas de escribir.

Te invito a acompañarme.

Por lo pronto, esta semana te propongo escribir una historia que se desarrolle junto a una obra en construcción (si ya tenés un proyecto en curso, podés tomar la propuesta para una escena).

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


PS