Hay cosas que en la escritura se dicen y ya, mientras que otras se dan a entender con indicios. El beneficio de lo primero es que se evitan las ambigüedades y se reduce el riesgo de que el texto no se comprenda. El problema es que la literatura se aloja, precisamente, en cierta forma de la ambigüedad, ahí donde el sentido titubea. En otras palabras, si todo está dicho, no queda lugar para el lector.
Digo “en cierta forma” porque a veces la ambigüedad puede dar lugar a la confusión, que por lo general no es un efecto favorable para un texto. Tal vez el juego de la escritura literaria sea el experimento de ver cuánto puede tensarse la ambigüedad mientras se permite que el lector haga pie en alguna parte, que pueda imaginarse algo.
Todo se vuelve claro al ponerse en el lugar del lector. No es divertido que te expliquen demasiado las cosas ni avanzar páginas y páginas sin entender nada. Nos gusta captar los códigos, las referencias, los guiños, las metáforas, encontrar imágenes poéticas que permitan ver los objetos con una luz inédita, elaborar nuestras propias hipótesis acerca de quién es el asesino. El espacio para que pasen esas cosas está construido en negativo sobre el texto, es un hueco, un silencio.
Es famosa la teoría del iceberg de Hemingway: lo que se ve en la superficie del texto es una pequeña fracción de lo que se narra. Quizás sea por esa teoría que al mismo Hemingway se le atribuye un relato hiperbreve que circula por ahí:
Se vende: zapatos de bebé, sin usar.
Ese es el relato (no el título) y la tristeza que transmite indica que todo está dicho, y que cualquier agregado arruinaría el texto. Al mismo tiempo, el texto casi no dice nada. La historia se proyecta en la mente del lector, si bien cada lector se proyectará un bebé distinto, un motivo de venta distinto, etcétera.
El texto tiene tres partes delimitadas por la puntuación (en el original en inglés, más rítmico, cada una está compuesta por dos palabras: For Sale: Baby shoes, never worn) y es un buen ejercicio ver cómo cambia el sentido si omitimos una en la lectura. Cada parte está ahí para dar una pincelada. Dos no son suficientes, sino que hacen falta las tres para que el relato funcione.
Esta semana te propongo un ejercicio de sustracción. Tomá algún texto que hayas escrito o leído y hacé la prueba de reescribirlo en una versión reducida en la que se pierda lo menos posible. Considerá qué es lo esencial de ese texto para que funcione como tal, y tratá de reconstruirlo con pinceladas mínimas.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel