Hace un tiempo recibí el mensaje de una persona a la que le gustaba leer y tenía ganas de escribir, pero nunca se había animado a hacerlo.
Decía que tenía ciertos miedos, y los identificaba con sorprendente claridad: a no saber hacerlo, a fracasar en el intento y al posible rechazo de los demás.
El docente que hay en mí se apuraba a desarmar esos miedos: no se sabe hasta que se aprende, se fracasa hasta que se logra, y el rechazo puede no ser más que estar ante los lectores equivocados.
Sin embargo, había algo que no terminaba de resultarme genuino de mi respuesta. Esos miedos tenían una verdad. Quizás no los llamaría miedos, porque no creo que la mejor reacción ante eso sea la parálisis o la huida. Sí pienso que se trata de una incertidumbre que, a veces más presente y a veces menos, acompaña siempre la escritura.
Nunca se sabe, porque la escritura siempre trae algo desconocido; siempre se fracasa, porque el texto, a medida que aparece, barre las intenciones de quien escribe; y por último, uno no puede pretender que lo que escribe le guste a todo el mundo, aunque pronto se comprueba que un texto escrito con ganas engancha a otros lectores (así como un texto escrito sin entusiasmo aburre a todos).
Más allá de las técnicas que se puedan conocer o de los maestros a los que uno pueda leer, aprender a escribir es aprender a manejarse con esa incertidumbre y avanzar de todos modos. También es lo más emocionante.
Si tenés ganas de escribir a pesar de la incertidumbre, en un espacio amable junto a otros y sumar herramientas y devoluciones para desarrollar tus textos, te invito a participar del taller de Iniciación a la Escritura Creativa.
Mientras tanto, esta semana, te propongo que escribas un relato con un personaje que tenga un miedo irracional.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel