Las grandes obras de la literatura dan la impresión de que no podrían haber sido escritas de una forma mejor. Pero es sólo una impresión. En realidad la evolución de un texto responde al teorema según el cual un mono que pulsara al azar un teclado durante toda la eternidad, tarde o temprano, escribiría Hamlet. Claro que nosotros somos el mono, y a los fines prácticos, nuestras preocupaciones, ideas e intenciones no difieren de la arbitrariedad animal.
Es curioso que el teorema se ejemplifique con esa tragedia de Shakespeare, ya que el mono, en rigor, escribirá todas las obras de la literatura. Lo sintomático es que Hamlet es un personaje al que se le va la vida mientras duda de todo (“Ser o no ser”, etc.) o, en otras palabras, cree que tiene todo el tiempo del mundo, cosa verdadera en el caso del mono pero falsa en el nuestro. La corrección tiene ese peligro: uno puede corregir por siempre, y a cada cambio abrir nuevas dudas.
La trampa, como siempre, está en las palabras. Por una tradición de la que no es posible escapar, el término “corrección” pude dar la idea de un avance hacia una forma perfecta. Sin embargo, la corrección de un texto literario tiene tanto de arte como la escritura misma. Así como no hay una única forma de escribir un texto, no hay una única forma de corregirlo, y nada en él indica que se lo ha corregido lo suficiente.
El corte, el punto final, viene de afuera del texto. Dicen por ahí que uno publica para dejar de corregir, aunque nada impide retomar el trabajo si se lo considera oportuno. En el medio de una cosa y la otra está la diferencia entre, por un lado, la escritura, un río que corre, y por el otro, la obra, que es un mero recorte.
A veces, cuando el río arrastra más de lo deseable o te deja a la deriva, bien vale aprovechar los recursos de cierre que ofrece el mundo exterior: un plazo de admisión de colaboraciones, el día de encuentro de taller, la fecha límite para presentarse a un concurso, etc.
La escritura discurre, la obra fija. Hay un tiempo para cada una.
Esta semana te propongo que recuperes algún texto tuyo que hayas descartado. Mientras más viejo sea y más olvidado esté, mejor. A continuación reescribilo desde la perspectiva de hoy. Considerá no sólo el tiempo que pasó, sino también los cambios en tus preferencias, experiencias, saberes, etc.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel