Alfred Hitchcock distingue dos recursos para generar emoción en el público.
El primero es la sorpresa, que puede ilustrarse con este ejemplo: vemos a dos personas sentadas a una mesa, en un café. Hablan del tiempo, de fútbol, o también puede que hablen de algo importante, no interesa. Estamos enganchados en la conversación, queremos saber cómo sigue la escena, pero de pronto estalla una bomba y todo vuela por el aire. Nos asustamos, damos un pequeño salto, abrimos los ojos, se nos acelera el pulso, pero a los pocos segundos, dice Hitchcock, la sensación se pierde.
El otro recurso es el suspenso. De nuevo, vemos a dos personas sentadas a una mesa, en un café. Acá también pueden hablar de cualquier cosa, pero mientras más banal sea la conversación, más fuerte será el efecto, porque la cámara los toma desde un punto de vista inferior y vemos que debajo de la mesa hay una bomba. Por si quedaran dudas, un plano más corto muestra que la bomba está activa, que el segundero avanza. Nosotros lo sabemos, pero los personajes no. Quisiéramos gritarles que salgan de ahí, que están por morir, pero no podemos. Mientras tanto, para ellos, el mayor problema que existe es la baja confiabilidad del servicio meteorológico, un gol errado, etcétera. La escena puede seguir durante varios minutos, y a cada momento nuestra ansiedad crece. Desarrollamos una sensación intensa que se sostiene en el tiempo. Hasta que al final la bomba explota, aunque la mayoría de las veces no explota, porque no hace falta.
La diferencia entre los dos se articula en cuestión formal: la ubicación de la cámara. En la escritura, pasa por administrar la información revelada de forma tal que el lector sepa lo mismo que los personajes (sorpresa) o más que ellos (suspenso).
Como se sabe, a Hitchcock se lo llama el maestro del suspenso, así que su inclinación entre estas alternativas es evidente. El suspenso sería un recurso de obras complejas, cuidadas y bien hechas, mientras que la sorpresa es pirotecnia barata cuando se carece de imaginación.
No creo que siempre sea así. De hecho, un cuento de J. D. Salinger que toda persona interesada en escribir haría bien en leer utiliza los dos recursos, y su efecto de sorpresa es oportuno y duradero.
Esta semana te propongo que escribas un texto con suspenso. Para facilitar las cosas, imaginá que tu protagonista avanza hacia un precipicio (literal o metafórico) pero no lo sabe o no se da cuenta. Nosotros debemos saberlo todo el tiempo.
Mucha suerte, y a trabajar
Saludos,
Ariel