27. Una dosis de paranoia

Cuenta un viejo chiste que en una fiesta un escritor está conversando con una persona normal. En realidad, monologa mientras lo escuchan en silencio, hasta que después de un rato dice:

—Bueno, ya hablamos mucho de mí. Ahora contame de vos: ¿qué te pareció mi última novela?

Por suerte, no hace falta cumplir con el estereotipo para escribir. Lo que hace falta es un papel, una birome y fuerza de voluntad.

También cabe decir que no hay que ser escritor para ser narcisista, lo que es más bien una marca de nuestra época, exacerbada por la dinámica de las redes sociales y los algoritmos que, a partir ciertos rasgos personales, organizan la información y los productos a los que accedemos. Basta con un poquito de narcisismo para que el universo nos devuelva las intuiciones como verdades.

Sin embargo, como sabemos acá en Buenos Aires, todo chiste tiene algo de verdad y el narcisismo, al hacer del sujeto el centro de todo lo bueno, tiene su complemento en la paranoia, donde el otro es la principal fuente de peligro.

Dice Piglia: “En la tragedia [Edipo, por ejemplo] un sujeto recibe un mensaje que le está dirigido, lo interpreta mal, y la tragedia es el recorrido de esa interpretación”. En el policial, en cambio, en el gran género moderno y urbano, funciona el discurso paranoico, aquel cuyo sujeto ve signos por todas partes, o mejor, hace de todo un signo, un mensaje que le está dirigido.

Alguien decía en Twitter que una dinámica reconocible en las redes era equivalente a la de quien anda por la calle, se cruza con un cartel que promociona clases de guitarra, llama al teléfono del cartel y cuando lo atienden se queja:

—Hijo de puta, yo no quiero clases de guitarra.

Para la vida, buena suerte… Ahora, como ejercicio o punto de partida para la escritura, a veces es una buena idea ponerse un poco narcisista y paranoico (o en caso de ya serlo, abrazar la condición). Responder a un texto como si ese texto me hubiera estado dirigido a mí es una fuente de inspiración inagotable. Se verifica en los millones de kilómetros de escritura que nos orbitan a diario.

Esta semana te propongo que tomes un texto que tengas a mano. Puede ser un libro, una revista, el menú de un restaurante o lo que sea. Abrilo en una página al azar y dejá que tu mirada se pose en un párrafo o una sección. Transcribí el fragmento. Después, leelo fuera de contexto, como si fuera una carta que alguien te envía. A continuación, respondé con un texto propio.

Mucha suerte, y a trabajar

Saludos,

Ariel


PS