3. Algo nuevo en lo ya conocido

La vez pasada hablábamos de desentumecer los sentidos, y de representar las cosas como sólo la literatura puede hacerlo. Son dos ideas interesantes que merecen algo más de desarrollo.

La primera tiene que ver con lo que hace cien años los primeros teóricos modernos de la literatura llamaron extrañamiento. Ellos se preguntaban: ¿en qué se diferencia el lenguaje cotidiano del uso particular del lenguaje que se da en las obras literarias? La respuesta era que el lenguaje cotidiano era meramente funcional, buscaba obtener y comunicar cosas, y como todo lo que cumple su función, con el tiempo pasa inadvertido. Así como no nos detenemos a pensar en la electricidad (que no siempre estuvo ahí) cada vez que cargamos el teléfono, tampoco reflexionamos sobre el lenguaje al comunicarnos en el día a día.

En literatura, en cambio, sí lo hacemos. Cuanto menos, elegimos un tono, un lenguaje propio de cada personaje, un abanico de palabras que le va a sentar bien y otro que va a desentonar. Y al hacerlo, intervenimos sobre el lenguaje cotidiano, porque esa es una de nuestras fuentes principales: qué de esto me sirve, qué no, en qué voy a hacer foco, cómo lo modifico para que se ajuste a lo que necesito, etc. En el mejor de los casos, se va a producir un extrañamiento, es decir, la presentación de lo que sabemos pero con otra luz, que nos permite ver algo nuevo en eso que ya conocíamos.

Para esta semana, en busca de mover un poco las cosas para que les aparezcan aristas nuevas, te propongo escribir un monólogo desde el punto de vista de un niño o una niña. Cuando termines la primera versión, verificá que el lenguaje sea verosímil (¿mi personaje usaría estas palabras?, ¿armaría las frases así?, ¿razonaría de este modo?) Podés tomar como referencia algún chico que conozcas.

Vamos. Mucha suerte, y a trabajar.

Saludos,

Ariel


PS. Si sentís que te gustaría tener más herramientas teóricas para pensar tus textos, te invito a conocer el taller de iniciación.